Maratón 50x50 cm. Collage. 2012
Miniencuadro
por Ramón del Pino, historiador de arte
Miniencuadro es el fruto de un ejercicio
conceptual sereno del que germinan pequeñas escenas y teatros, fascinantes
historias hilvanadas con una madeja de hilo trenzada entre lo onírico y lo
real, entre lo insólito y lo cotidiano; fábulas que se descuelgan del mundo de
los sueños y relatos que se edifican sobre realidades dispares, inverosímiles
unas veces, cotidianas otras tantas, pero que siempre tienen a la miniatura
como protagonista.
Esta “original dramaturgia”, clarificada en el
imaginario de Laura Millán, es una propuesta fresca y edificante, distraída y
nutritiva que se desliza con maña entre los espacios comunes, entre universos
cotidianos que rápidamente se sueldan a la fabulación colectiva. Y es que
Miniencuadro es un guiño constante al espectador. Mediante la sutil
construcción de decorados que encierran historias, de personajes y acciones que
se retroalimentan en una entretenida simbiosis que explora sensaciones,
cuchufletas y chascos, las miniaturas interpelan a su público, a su complicidad
y comicidad, haciéndole responsable último del éxito de cada una de sus
interpretaciones.
De hecho, algunos de estos trabajos se codifican a partir de las
sugerencias de sus “mecenas”. Millán recibe los encargos y es a partir del
cotejo de los gustos e inquietudes paralelos al compromiso, cuando da comienzo
el esbozo de este arte chico, de estas sugestivas fracciones de pura
creatividad que sintetizan, en títulos como Libros, los sueños de una
empedernida lectora que se transfigura en intrépida alpinista, ávida de escalar
insondables montañas de libros diminutos. La misma sinapsis estimula piezas
como Clavadista
y Tokio,
esta última, una postal minimalista de la capital japonesa; una especie
de “catarsis” de amor sublimada en torno al beso esquivo que jamás se dieron
Scarlett Johansson y Bill Murray en Lost in traslation. La no menos simplificada Clavadista, es una nítida
metáfora de la actitud vital de un amigo de Millán, basada, según palabras de la
artista, en su necesidad valiosa de tirarse a la piscina, en todos los
sentidos, una condición asumida de manera ligera por una miniatura que
Miniencuadro señala como verdadero alter ego de su bienhechor.
Es así como surgen muchas de estas piezas, pero
no la única ecuación de este complejo artístico. Cuando los encargos no vienen
acompañados de indicaciones, entonces es la propia miniatura la que se
convierte en hombre vitrubiano, en el crisol de ideas que estimula la atmósfera
de estos minicuentos que se suceden en un instante, de unos relatos cuyo pulso
narrativo juguetea con la proporciones y esquematiza territorios habituales,
hace apología de lo oscuro y pondera la engañifa.
En Marchantes,
es la medalla de tela con que se premia a vacas y toros en las ferias,
la verdadera protagonista. Su desproporción es el escenario que condensa y
expande la acción, el argumento también
de Crimen, donde la huella del cadáver es un ilusorio “Gulliver de
trazo grueso”, capaz de rememorar, más que la novela de Jonathan Swift, las versiones de
dibujos animados que se hicieron sobre la obra del escritor irlandés y
con la que todos crecimos. Y es que Miniencuadro posee el fulgor de esa magia
infantil que envolvía travesuras, juegos y juguetes, cuentos y tebeos, dibujos
animados y por supuesto el cine. Es obvia la relación de Miniencuadro con
películas como “El increíble hombre
menguante”; su analogía con aquel cine henchido de aventuras, protagonizado por miniaturas de carne y
hueso que huían de enormes monstruos y
animales fantásticos, que correteaban entre gigantescos decorados, verdaderos
delirios de cartón piedra salidos de los irrepetibles trucos de Ray Harryhausen o
Emilio Ruiz. Unas fullerías visuales en las que la escala y la esencia
artesanal son una referencia espiritual a
la vez que un guiño estético, y que escanea el cine hasta llegar, tal vez,
hasta el mismísimo George Meliés y su viaje a la luna, a su manera
creativa y mimosamente artesanal de hacer las cosas.
Pero bajo estas cúpulas de cristal y madera
subyacen igualmente otros elementos comunes al arte de lo oscuro, a saber, el
decorado, la puesta en escena, el guión, mucha creatividad y unos actores muy
disciplinados y sorprendentes.
La construcción de estos lucernarios
espacio-temporales de 13x13, 23x23 o
50x50 cm, estos son los formatos con los que trabaja este entretenido
trío que encierra nubes y atrapa gigantes, florece a partir de una línea de
trabajo articulada en torno a las artes visuales, el diseño industrial y
gráfico, la animación y la dirección de arte.
El resultado es un trabajo visualmente limpio y sintético. Muy gráfico.
Idóneo para configurar los conceptos nítidos que originan estas obras; hábil
para dialogar con el material y dar forma a unas piezas moduladas mediante el maridaje entre las
miniaturas de maquetas y una amalgama riquísima de elementos, la mayoría de uso
habitual: papel, cartón, madera, textiles o plásticos. Ingredientes con los que
Miniencuadro se regocija simplificando, a través de una tangente artesanal,
lugares, objetos y sensaciones. Monopol, Exterior jardín, Ecovesan, Feria o
Sáhara son un epílogo muy plástico de espacios tan rutinarios como un
supermercado, un jardín, un cine, la playa de las Canteras o el desierto del
Sáhara.
En la era digital, una creadora cuya principal herramienta de trabajo es
el ordenador,
se apodera del collague y las manualidades, del “hazlo tú mismo” como pretexto
técnico, estético y estilístico del que fluye, según Millán, un enfoque ético:
“ser lo más artesanal posible”. Es ahí donde
reside buena parte del acierto y la energía de este manifiesto céfiro,
muy útil para penetrar en el territorio siempre delicado que existe entre arte
y artesanía. Una especie de “tierra de nadie”, un flujo continuo de conexiones
nerviosas y de impulsos exquisitos que yacen latentes esperando el talento que
explore esta veta dorada.
Quizá, y siguiendo
hasta el final la huella del genial Harryhausen, fullero responsable de muchas
de las peripecias cinematográficas de Simbad el marino, Miniencuadro se
pueda explicar como una metáfora de otra de las fábulas que componen los
cuentos de Las mil y una noche. Tal vez, solo hay que frotar el candil de
Aladino para que el genio de esta lámpara maravillosa haga realidad nuestros
deseos. También nuestros sueños.
Ramón del Pino
Monopol, 23 x 23 cm. Collage. 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario