martes, 16 de octubre de 2012

Textos sobre la exposición. Miniencuadro... Ramón del Pino, historiador de arte



Maratón 50x50 cm. Collage. 2012




Miniencuadro
por Ramón del Pino, historiador de arte




Miniencuadro es el fruto de un ejercicio conceptual sereno del que germinan pequeñas escenas y teatros, fascinantes historias hilvanadas con una madeja de hilo trenzada entre lo onírico y lo real, entre lo insólito y lo cotidiano; fábulas que se descuelgan del mundo de los sueños y relatos que se edifican sobre realidades dispares, inverosímiles unas veces, cotidianas otras tantas, pero que siempre tienen a la miniatura como protagonista.
Esta “original dramaturgia”, clarificada en el imaginario de Laura Millán, es una propuesta fresca y edificante, distraída y nutritiva que se desliza con maña entre los espacios comunes, entre universos cotidianos que rápidamente se sueldan a la fabulación colectiva. Y es que Miniencuadro es un guiño constante al espectador. Mediante la sutil construcción de decorados que encierran historias, de personajes y acciones que se retroalimentan en una entretenida simbiosis que explora sensaciones, cuchufletas y chascos, las miniaturas interpelan a su público, a su complicidad y comicidad, haciéndole responsable último del éxito de cada una de sus interpretaciones.
De hecho, algunos de estos trabajos se codifican a partir de las sugerencias de sus “mecenas”. Millán recibe los encargos y es a partir del cotejo de los gustos e inquietudes paralelos al compromiso, cuando da comienzo el esbozo de este arte chico, de estas sugestivas fracciones de pura creatividad que sintetizan, en títulos como Libros, los sueños de una empedernida lectora que se transfigura en intrépida alpinista, ávida de escalar insondables montañas de libros diminutos. La misma sinapsis estimula piezas como Clavadista y Tokio, esta última, una postal minimalista de la capital japonesa; una especie de “catarsis” de amor sublimada en torno al beso esquivo que jamás se dieron Scarlett Johansson y Bill Murray en Lost in traslation.  La no menos simplificada Clavadista, es una nítida metáfora de la actitud vital de un amigo de Millán, basada, según palabras de la artista, en su necesidad valiosa de tirarse a la piscina, en todos los sentidos, una condición asumida de manera ligera por una miniatura que Miniencuadro señala como verdadero alter ego de su bienhechor. 

Es así como surgen muchas de estas piezas, pero no la única ecuación de este complejo artístico. Cuando los encargos no vienen acompañados de indicaciones, entonces es la propia miniatura la que se convierte en hombre vitrubiano, en el crisol de ideas que estimula la atmósfera de estos minicuentos que se suceden en un instante, de unos relatos cuyo pulso narrativo juguetea con la proporciones y esquematiza territorios habituales, hace apología de lo oscuro y pondera la engañifa.
 En Marchantes, es la medalla de tela con que se premia a vacas y toros en las ferias, la verdadera protagonista. Su desproporción es el escenario que condensa y expande la acción, el argumento también  de Crimen, donde la huella del cadáver es un ilusorio “Gulliver de trazo grueso”, capaz de rememorar, más que la novela de Jonathan Swift, las versiones de  dibujos animados que se hicieron sobre la obra del escritor irlandés y con la que todos crecimos. Y es que Miniencuadro posee el fulgor de esa magia infantil que envolvía travesuras, juegos y juguetes, cuentos y tebeos, dibujos animados y por supuesto el cine. Es obvia la relación de Miniencuadro con películas como “El increíble hombre menguante”; su analogía con aquel cine henchido de aventuras, protagonizado por miniaturas de carne y hueso que huían de  enormes monstruos y animales fantásticos, que correteaban entre gigantescos decorados, verdaderos delirios de cartón piedra salidos de los irrepetibles trucos de Ray Harryhausen o  Emilio Ruiz. Unas fullerías visuales en las que la escala y la esencia artesanal son una referencia espiritual a la vez que un guiño estético, y que escanea el cine hasta llegar, tal vez, hasta el mismísimo George Meliés y su viaje a la luna, a su manera creativa y mimosamente artesanal de hacer las cosas. 
Pero bajo estas cúpulas de cristal y madera subyacen igualmente otros elementos comunes al arte de lo oscuro, a saber, el decorado, la puesta en escena, el guión, mucha creatividad y unos actores muy disciplinados y sorprendentes.
La construcción de estos lucernarios espacio-temporales de 13x13, 23x23 o  50x50 cm, estos son los formatos con los que trabaja este entretenido trío que encierra nubes y atrapa gigantes, florece a partir de una línea de trabajo articulada en torno a las artes visuales, el diseño industrial y gráfico, la animación y la dirección de arte.
El resultado es un trabajo visualmente limpio y sintético. Muy gráfico. Idóneo para configurar los conceptos nítidos que originan estas obras; hábil para dialogar con el material y dar forma a unas piezas moduladas mediante el maridaje entre las miniaturas de maquetas y una amalgama riquísima de elementos, la mayoría de uso habitual: papel, cartón, madera, textiles o plásticos. Ingredientes con los que Miniencuadro se regocija simplificando, a través de una tangente artesanal, lugares, objetos y sensaciones. Monopol, Exterior jardín, Ecovesan, Feria o Sáhara son un epílogo muy plástico de espacios tan rutinarios como un supermercado, un jardín, un cine, la playa de las Canteras o el desierto del Sáhara. 
En la era digital, una creadora cuya principal herramienta de trabajo es el ordenador, se apodera del collague y las manualidades, del “hazlo tú mismo” como pretexto técnico, estético y estilístico del que fluye, según Millán, un enfoque ético: “ser lo más artesanal posible”. Es ahí donde reside buena parte del acierto y la energía de este manifiesto céfiro, muy útil para penetrar en el territorio siempre delicado que existe entre arte y artesanía. Una especie de “tierra de nadie”, un flujo continuo de conexiones nerviosas y de impulsos exquisitos que yacen latentes esperando el talento que explore esta veta dorada.
Quizá, y siguiendo hasta el final la huella del genial Harryhausen, fullero responsable de muchas de las peripecias cinematográficas de Simbad el marino, Miniencuadro se pueda explicar como una metáfora de otra de las fábulas que componen los cuentos de Las mil y una noche. Tal vez, solo hay que frotar el candil de Aladino para que el genio de esta lámpara maravillosa haga realidad nuestros deseos. También nuestros sueños.

Ramón del Pino






Monopol, 23 x 23 cm. Collage. 2012

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